CARLOS GOICO, una individualidad marcada por el infortunio, resarcido por las compensaciones emocionales y cierta atención que provoca su deambular por el perí- metro intramuros de Santo Domingo. Nacido en esta ciudad en 1952, es calificado pin- tor autodidacta, neoexpresionista, surrealista y abstracto-expresionista. En su adolescen- cia rechazó los preceptos de la ENBA (donde no fue admitido), frecuentando los talleres de importantes pintores, entre ellos de Eligio Pichardo, Ada Balcácer y José Cestero. En
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|671| López Meléndez, J. Amable. Hoy. Suplemento. Junio 18 del 2000.
1976 expone individualmente en la Biblioteca Nacional y posteriormente en Casa de Teatro (1983), en el Colegio Dominicano de Ingenieros y Arquitectos (1986) y en la Biblioteca Nacional (1990). A tales registros se añaden su participación en bienales y otras colectivas. En la segunda mitad de la década de los 80, a raíz de la muerte de su madre y de una serie de acontecimientos que le impactaron emocionalmente, Carlos Goico se internó en el Hospital Psiquiátrico Padre Billini, donde permaneció libremen- te hasta principios de los años 90, compartiendo con pacientes, psicoanalistas y visitan- tes. De esta experiencia resultaron varias exposiciones con dibujos, pinturas y collages realizados por él mismo y «sus alumnos», constituyendo una experiencia única en lo que se refiere a la relación entre arte y sociedad en Santo Domingo.
El citado esbozo biográfico se debe al joven crítico López Meléndez,|671| único ana-
lista o reconocedor de Goico, a quien enfoca además diciéndonos: Su caso atraviesa co- mo un impacto demoledor todo el cuerpo de las leyes y la «normalidad» en que se sos- tiene y se define la «realidad artística» dominicana a partir de los últimos treinta años. Sus primeros dibujos los muestra en 1967. Pero fue al finalizar la guerra civil y la inva- sión norteamericana del 1965 cuando decidió buscar su identidad y su libertad por la senda de lo imaginario, por la vía de la belleza. Su autoformación como artista y pen-
sador le ha permitido crear una obra poseedora de una calidad enigmática y estética que en un futuro no muy lejano nos habrá de sorprender y trascender, de acuerdo a las re- velaciones cifradas en su desconcertante poder metafórico. La temática de la obra de Goico abarca el erotismo, la sexualidad, la identidad cultural de su pueblo y una serie de asuntos sociales, morales, políticos y filosóficos abordados con una energía, una ima- ginación y una sensibilidad en extremo particulares. Las superficies de sus pinturas, sean estas sobre tela, madera, papel o cartón, en ocasiones están estructuradas como espacios cromáticos reactivos. La bidimensión es un campo de tensiones, fluctuaciones, desplaza- mientos, ritmos, vectores y transacciones cromáticas. Con una paleta que es un puro res- plandor vitaliza sus leyes con la más sutil de las azules transparencias que registra la pin- tura abstractoexpresionista en Santo Domingo. Pero mucho más que las manchas, las
pulsiones y el gestual antilógico, la línea constituye toda la sustancia sobre la que se afir- ma el universo visual de Carlos Goico, sin duda, uno de los más vitales, espontáneos y dramáticos que registra el arte dominicano del siglo XX./ Las pinturas y los dibujos de Carlos Goico no sólo son maravillosos objetos estéticos estimados por una elite com- puesta por artistas, intelectuales, científicos, arquitectos, amantes de las artes, admirado- res y seguidores de una trayectoria tan controversial, azarosa y provocadora, maldita y apasionante que ha llevado a algunos a definirlo como el «Van Gogh dominicano», mientras otros lo consideran como el primer artista dominicano auténticamente under- ground, desafiante de límites, convenciones, antivalores y dogmas. En cada una de sus imágenes son perceptibles los sentidos de la tierra y la sensualidad, tanto masculina co- mo femenina. (…). Su mismo estilo de vida le permite practicar la libertad hasta un gra- do que resulta perturbador para los miembros «normales» de la sociedad. Carlos Goico vive en la calle la cotidianidad. Sus sueños son reales y efectivos en cualquier momen- to y en cualquier lugar. Su indigencia expresa mucho más dolor, mucho más sacrificio y mucho más amor del que destilan sus individuales y originalísimas imágenes de pin- tor visionario.
Artista marginal, porque fuera de los poquísimos que le aceptan y reconocen, su valía por lo regular es desestimada. Carlos Goico es un pintor abstracto porque fundamen- talmente las cromatizaciones, grafías y esencialismos connotativos diluyen como tramas las visualidades objetivas. Se trata de un pintor humanamente fuera de las normas y por tanto lleno de una pureza que transcribe en soportes disímiles, las más de las veces po- bres, empero legajos de una poética de ademanes, gestos, huellas y obsesiones espontá- neas y limpias. En una apreciación final del año 2000, López Meléndez establece: En la actualidad, Carlos Goico vive de sus pinturas. No tiene hogar ni apetencias materiales. Sus cuadros los vende por muchísimo menos de lo que valen y por un poco más de lo que gasta en comer y beber con frugalidad.|672|
El caso de Carlos Goico se podría comparar con el de Aida Roques, aquella promete- dora artista de los 40 que cayó en el sin sentido de la vida, víctima de su neurosis y de otros infortunios que le llevaron a olvidar la posibilidad creativa y a deambular por las calles de Santo Domingo ante la indiferencia incluso de la gran mayoría de sus compa- ñeros de la ENBA. Pese a una cierta y distante relación, Goico acude a su entrañable y medular don creativo para soslayar como un poeta callejero los cantos espectrales de la vida como existencia solitaria, aunque reconocida en la sumatoria también de estas lí- neas de la memoria de la pintura dominicana en la que vale citarlo, reconocerle y esti- marlo como un notable artista.